Presentación

Sobre las autoras: Lorena, Elisa y Ana.

lunes, 1 de julio de 2013

De la elegancia al glamour


En nuestra anterior entrada Dame baguette y llámame tonto hablamos del uso que hacemos de los extranjerismos para aportar un toque de distinción. Ofrecimos varios ejemplos de cómo el empleo de términos prestados de otros idiomas incrementa lo que ya todos conocemos como charme.
En esta ocasión quisiera detenerme en el francés. Porque si hay un idioma elegante por excelencia, ése es el de Molière. De hecho, aunque ahora ya no lo es tanto y ha sido desbancado por el inglés, durante décadas el francés ha sido el idioma de la diplomacia. En la propia Unión Europea era el que se empleaba para las reuniones, aunque desde hace años existen varias lenguas oficiales y, como decía, el inglés le ha ido ganando terreno.
 
Madame Bovary
No obstante, pensar en francés es pensar chic. Enamorarse a los pies de la Tour Eiffel, pasear en bateau mouche, perderse en Montmatre, lucir palmito por la Costa Azul, esquiar en Chamonix o degustar un exquisito champagne en un château de la campiña bretona invita a soñar y a trasladarse a escenarios de cuento al más puro estilo Madame Bovary.
 
Pero más allá de los encantos propios del país, la lengua gala tiene una gran influencia en el resto de idiomas.
 
El ámbito de la moda es un claro ejemplo de ello, empezando por el término «moda» en sí. Según el filólogo y etimólogo Joan Corominas, éste se acuñó a finales del S. XVII entre las clases aristocráticas de Francia, cuando se decía que se vestían «a la moda francesa», es decir, según el gusto francés, a la manera de su corte, para distinguirse de los modelos austeros que se llevaban en la corte española.
También el término «fashion», que parece robado por los franceses a los ingleses, no es sino una evolución del vocablo francés «façon», es decir, una vez más, manera, modo.
En ambos casos se ha utilizado el lenguaje para distinguir capas sociales a través de la vestimenta, que desde sus orígenes ha sido un rasgo diferenciador.
Como bien decía Balzac, para la mujer el vestido es «una manifestación continua de los pensamientos más íntimos, un lenguaje, un símbolo».
Y es que la moda es, al fin y al cabo, un medio de comunicación no verbal.
 
Con esa misma intención  nace el término «Haute Couture» a mediados del siglo XIX, utilizado ahora en todos los rincones del mundo. En contra de lo que se pueda pensar, su creador no era francés, sino inglés. En 1845 el sastre Charles Frederick Worth fue quien dio el primer paso para el establecimiento de este nuevo concepto: la moda creada y diseñada a medida de cada clienta. Se trata sin duda de la manifestación del lujo en su estado puro. Pocas mujeres podían contratar los servicios de este tipo de modistos, que marcarían el inicio de la costura-creación y las maniquíes de moda. Worth inauguró también la era del modisto como dictador de los cambios en el vestir.
 
Frente a esta corriente, aparece por primera vez en París en 1947 la locución «Prêt-à-porter» (listo para poner o Ready-to-wear). Fue en un debate durante el Congreso de la Industria del Vestido Femenino para designar las colecciones en serie de los grandes modistos. Más tarde se generalizó y pasó a ser el conjunto de ropa ejecutada según medidas normalizadas, en oposición a la ropa a medida. Se marcó así el inicio de la democratización de la moda tal y como se conoce en la actualidad.
 
También ese año nacieron dos conceptos que no han perdurado y que definían otras categorías, claramente diferenciadoras sociales: la «Moyenne Couture» (Costura media) para modistos que atendían a una clientela privada sin necesidad de hacer desfiles y la «Petite Couture» (Pequeña costura) para aquellos modistos de barrio que confeccionaban modelos a medida.
 
En definitiva, la influencia del país vecino en el mundo de la moda ha sido determinante para nuestro idioma y nos ha regalado términos tales como boutique, foulard, piqué, crepé, apès-ski, evasé, denim (de Serge de Nîmes), tisú, bustier o culote, entre otros.
 
Mención especial merece la petite robe noire (traje sastre), no sólo por la revolución que supuso para la mujer en el momento de su creación, en 1926 por Mademoiselle Chanel, sino por la carga de elegancia y distinción que contiene este término.
 
Por consiguiente, esta influencia gala nos permite además aportar un matiz a la definición del término «elegancia». Si entendemos que ser elegante es saber qué ponerse en un momento determinado para una ocasión determinada y no destacar, es decir, saber estar, el glamour es el refinamiento.
Trasladado a imágenes, la elegancia podría ser Nieves Álvarez y el glamour, Charlotte Casiraghi.
 
 

 

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