Es una
pregunta que llevo haciéndome desde hace muchos años y que hoy planteo aquí
para intentar resolverla por fin. Porque, de verdad, tengo serias dudas.
Confieso
que me matriculé en la licenciatura de traducción e interpretación (hace ya
mucho, en 1993) porque quería ser ¡¡intérprete!! Los idiomas y la comunicación
me encantaban pero mucho más si se les añadía el tinte de glamour y de dinamismo
que implica meterse en cabina. Ya me veía yo con mi traje de chaqueta y mis
tacones en la Comisión Europea o en las Naciones Unidas todo el día interpretando
en grandes reuniones…
Mi gozo
en un pozo. Mis profesoras de interpretación, auténticas divas de la profesión
según se nos presentaban, decidieron a los pocos días de clase que yo “no
valía” para ser intérprete y que me iba directamente a traducción. Así, tal
cual. Como si para ser traductor valía cualquiera pero para ser intérprete no.
No hubo más que hablar. Allí nadie podía rebatir esa decisión salomónica. Debía
ser traductora y… soy traductora.
Así lo
asumí y desde entonces me he pasado media vida traduciendo todo tipo de
documentos, contenta con mi profesión pero, en el fondo, con esa espinita
clavada en el corazón.
Sin
embargo, tiempo después, durante los años que trabajé como profesora de
traducción en otra universidad diferente a la mía, pude comprobar que allí cada
alumno se decantaba por la opción que prefería. Si uno quería ser traductor,
elegía traducción y si uno quería ser intérprete, elegía interpretación. ¡Ostras!
¿Qué está pasando? ¿Pero esto no se decidía en base a unas cualidades innatas a
cada individuo? No entendía nada. Miraba a mis colegas profesores de
interpretación esperando su oposición rotunda. ¿Nadie iba a decir nada? Y,
señores, nadie decía nada…
Quise
creer entonces que una cosa era que estos alumnos cursaran la rama de
interpretación y otra muy distinta sería que pudieran llegar a ser intérpretes
profesionales (si en el fondo carecían de “eso” que hay que tener para ser
intérprete); pero la realidad es que por motivos laborales he tenido la
oportunidad de colaborar con antiguos alumnos de esta universidad y debo decir
que son profesionales como la copa de un pino y que ya me gustaría a mí interpretar
como ellos lo hacen. Me quito el sombrero.
Así que,
aquí me encuentro yo, 20 años después de haber acabado la carrera, intentando
encontrar una explicación al hecho de que me impidieran cumplir mi sueño de ser
intérprete y analizando a cada uno de los intérpretes con los que me cruzo en
mi vida para ver si tienen ese “algo” que yo no tengo. Pero, la verdad, no acabo
de tenerlo claro…
Entiendo
que para ser intérprete se necesitan unas técnicas que se adquieren durante el
periodo de formación y mucha práctica. Por supuesto, son necesarios unos requisitos
previos como el nivel de idiomas y cultural, entre otros, pero creo que son
también necesarios para dedicarse a la traducción y se dan por supuestos una
vez superadas las pruebas de admisión a las que fui sometida para entrar en la
carrera.
Entonces,
¿qué debe tener una persona para ser intérprete que no necesita un futuro
traductor? ¿Cuáles son esas características indispensables para poder entrar en
cabina? ¿Son los intérpretes de Venus y los traductores de Marte?